LA LENGUA.

Toda lengua reserva y revela la historia del pueblo que la habla, su psicología.
La lengua gauchesca, desde su vocabulario hasta su sintaxis, descubre el mundo espiritual y real del gaucho: sus sentimientos, costumbres, pensamientos, devociones, juegos…
La genialidad de José Hernández se basa en el acuerdo feliz logrado entre la existencia de sus personajes y la manera particular de expresarse de cada uno de ellos.
La lengua gauchesca no es sino un variante del español araico de los coquistadores, mezclado con voces indígenas propalado en el medio campesino por tradición oral y del que solo quedan actualmente siertas voces y modismos pintorescos.
Así lo ha observado el crítico Ángel J. Battistessa cuando escribe:
“el Martín Fierro los numeroso recurso de la elocución figurada (palabras, frases imágenes propiamente dichas) son prestamos metafóricos extraídos de la realidad rural –sobre todo pecuaria-que estaba cercana al gaucho: de esta realidad y de los quehaceres que ella condicionaba preceden todos los símiles, incluso los que dan figura a los ideales afanes del espíritu”.
Dos factores liberaron a la lengua castellana de normas y tradiciones: la extensión de nuestro suelo y la desurbanizacion o ruralización de los españoles que llegaron a estas costas y, en la acomodación al nuevo paisaje, apareció una original forma de hablar que entrañaba, no procesos mecánicos o indiferentes, sino verdaderos actos de creación.
La permanencia y contacto de José Hernández en su adolescencia y juventud con los gauchos del sur y de la provincia de buenos aires, le dieron un conocimiento directo y cabal del habla rustica que luego uso en su obra, buscando reproducirla exactamente con los titubeos, vacilaciones y asientos lógicos que una tarea de esta índole presupone: la transposición de la lengua conversacional en su aspecto local de habla vulgar a la lengua escrita literaria.
Conocemos como tal preocupación del autor a través de su opinión en: “cuatro palabras de conversación con los lectores”.
“Los personajes colocados en escena deberían hablar en su lengua peculiar y propio, con su originalidad, su gracia y sus defectos naturales, porque despojados de este ropaje los serian igualmente de su carácter típico, que es lo único que los hace simpático, conservando la imitación y la verosimilitud en el fondo y en la forma”.
Hay en José Hernández conciencia del valor lingüístico, y ello se advierte en la gran seguridad con que intenta reflejar, fiel y verazmente, el habla coloquial de nuestro gaucho, matizada con una filosofía popular llena de gracia, del dinamismo, de emoción telúrica y de orgullo humano.
El noble intento de retratar al gaucho coincide con una intención didáctica que acompaña el proceso de elaboración del Martín Fierro, faceta que a veces no es advertida por el análisis literario y que sin embargo Hernández señalo en las ya citadas: “Cuatro palabras…”
“Un libro destinado a despertar la inteligencia y el amor a la lectura en una población casi primitiva, a servir de provechoso recreo, después de las fatigosas tareas, a millares de personas que jamás han leído, debe ajustarse estrictamente a los usos y costumbres de esos mismos lectores, rendir sus ideas e interpretar sus sentimientos en su mismo lenguaje, en sus frases mas usuales, en su forma mas general, aunque sea incorrecta; con sus imágenes de su mayor relieve y con sus giros mas característicos, a fin de que el libro se identifique con ello de una manera tan estrecha e intima, que su lectura no sea sino una continuación natural de su existencia”.